CAPITULO IV



 
Calitín observó  el cuarto  de Dorita cerrado. Entonces entró  por el zaguán y torció a la izquierda  por el pasillo. Allí estaba  Dumbo parado en la puerta trasera, señal que estaban empaquetando la droga. Era  el momento en que estaban más expuestos a todo. A un allanamiento de la policía, a la repentina llegada de la pandilla de arriba, a cualquier cosa. 
Dumbo lo dejó entrar. Vio  como Dorita  manejaba  con destreza  un cuchillo y trabajaba  con los cerros del polvo blanco, con una pesa al lado, sobre la mesa sin  importarle  que Irving y Yariney, sus hijos de tres  y  cinco años la vieran. Había poco espacio en ese cuarto  para  ocultar algo.  Le entregó las bolsitas plásticas donde guardarían la droga  y de paso le  puso el dorso de la mano, para que le pusiera una pequeña dosis para inhalarla.
Ella lo recriminó con la mirada y le advirtió. —Esto está puro.—pero le sirvió lo que le pedía.  El  sonrió satisfecho.
--Dile a Dumbo  que entre— dijo la joven, que vestía ropas muy ajustadas que mostraban  sus encantos.
Dorita,  mostraba una piel tersa, de bonito color moreno,  que contrastaba con  su cabello teñido de  un  rubio chillón. Ella sí  era  mayor de edad, tenía 22 años, y aunque había parido  dos hijos, la maternidad no logró  marchitarla. Sus   ampulosos senos se desbordaban por las  chaquetitas que vestía  y siempre lucía las uñas de las manos y de los pies pulcramente pintadas.  Un tatuaje de arabescos   se le podía ver siempre en el comienzo de su trasero,  pues los pantalones a la cadera que usaba no llegaban a  ocultarlo.
Dorita  sabía del deseo con que la  miraba Calitín,  pero hasta ahora se las había arreglado para mantenerlo a distancia,  al igual  que a  Dumbo,   con aquello  de que los sentimientos no se mezclan con el negocio. Al fin y al cabo  eran sólo dos chiquillos.
Ella levantó la mirada y le dijo a Dumbo. ---Vamos a  quedá debiéndole en esta vuelta a Tabo.  Yo no sé qué fue lo que pasó. Tomaste más dinero o cogiste más droga  de la cuenta. Acuérdate que a esa gente hay que pagarle completo. ---
 Era de noche. Los muchachos estaban  sentados en los escalones de la  escalera trasera de la casa. Era un sitio seguro, cuando ellos estaban  fumando, por allí  nadie pasaba. Los chiquillos los evitaban. Calitín se paró  y  bajó hasta quedar frente al primer peldaño, que era de  cemento y no de madera. Como un profesor ante su audiencia, comenzó a gesticular y hablar sin dejar de fumar. No le pasaba el bate a nadie.
--Entonces, Dumbo la cosa anda bien ¡ahaaaah¡.  El  único problema son  esos laopes de allá arriba. Ellos dicen que te van a pelá a ti,  o a mí. Que  nos hemos puesto muy lisos. Que ellos no creen en hombres, ni en sobrenombres.  Bueno te toy diciendo desde hace tiempo que hay que   poner orden, ante que pase una vaina. Recuerda lo que le hicieron a tu tío. Lo patearon todo y le soltaron un tiro en la oreja.  Desde ese tiempo él no anda bien. Eso fue una amenaza mayoooor. Todavía no ha habido una respuestaaa.  ---
--Y quién te dijo eso, ¡pero  pasa el canyac!. ¡No te hagas el huevón!--- argumentó el aludido.
Calitín  sonrió, dio una última chupada  y  se lo  pasó.  Antes de seguir hablando retuvo el humo, para que quemara su garganta. Siguió  mirando  eufórico a su audiencia, compuesta de Dumbo,   Titín,  Rogelio y  Roberto, sus compinches.
--- Me lo dijo la pasierita Renata. Esa que ta´ bien buena, la que vive al lado de la tienda del chino de allá arriba. Ellos hablan con ella y  dicen  que nos van a quebrá.  Yo voy pal cine con ella el domingo. Voy a tumbala, ella quiere conmigo.—
Cambiaron de puestos, Dumbo se incorporó  y Calitín se sentó. 
--Bueno llegó el día pues. Vamo  a dale un escarmiento a esos laopes.---  Dumbo calló  y con aire misterioso miró a  sus amigos uno por uno. Lentamente repasaba su mirada por sus rostros. Dio unos pasos hacia atrás y como había visto actuar alguna vez a Tabo, avanzando  en forma súbita  recuperó el espacio perdido y    sacó la nueve de su  pretina  y apuntó a  uno de ellos. Al más bajito.
--- ¡Titín, tú querías tené la nueve,  no te la voy a dá! Esa es mía. Dale el revólver  Calitín.—  ordenó.
Ante la duda de éste,  reiteró subiendo el tono de su voz. — ¡Dásela ¡ ¡Te toy diciendo que le des el 38!  Vamo a vé si es guapo. ¿Te atreves Titín?— Subía y bajaba el tono de su voz con una elocuencia  que le daban los efluvios del cigarrillo que fumaba.
Calitín entregó el arma con desgano. Nadie notó en su rostro un gesto de inconformidad, que ocultaba algo más.
 --Cógela.  Te vamos acompañá. Yo  voy con la nueve. Vas a ta respaldaoo.—  un gesto   malsano curvó sus labios.
El muchacho, dos años menor  que los líderes,  dudó un poco. No alargó la mano ante el ofrecimiento que le hacían, hasta que sintió un empujoncito de Roberto, su mejor amigo. Tenía  su misma edad y estaba   sentado en  el escalón superior. Sintió el  frío del arma y la empuñó. Se  incorporó y  selló con una  nerviosa sonrisa su aceptación. Entre todos formaron un círculo y  comenzaron a planear  la estrategia  que usarían en el asesinato. 



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